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Médula Silvestre es el álbum inaugural de Carla Rivarola. Con once tracks, la artista recorre una parcela de su mente y emociones, que nos muestra abiertamente.
Hoy día una producción con más de dos años desde su lanzamiento, parece al mundo, una propuesta caducada. En el caso de Carla no ocurre así. A mí me parece que su música de ese momento, retrata con su propio lente, el dinamismo y la tradición de la música rock pop y los proyecta hacía el futuro, envueltos de listones y papeles volantes de colores.
Esta categoría suele ser engañosa. El pop sin duda es esa cosa que absorbe lo más valioso de cada década y lo devuelve con la cara lavada al gran público, con fines casi únicamente comerciales. ¿Es entonces un género musical? A mí no me lo parece. De cualquier modo, en el caso de esta chica mexicana/argentina, la palabra pop resulta una herramienta de comunicación útil.
Veo en Carla una maestría compositiva rara y brillante. Y me basta un ejemplo diáfano para mostrarte su profusa habilidad, para estudiar, procesar y reunir en su obra, diversas influencias que conviven entre sí, en un baile alegre, fraguado con un poderoso método.
Sabrá el dios algorítmico del Spotify, porqué tuve la fortuna de toparme con la canción “Sentirse Volcán”, que inicia con un poderoso recurso lírico. La palabra “Yo” despunta en un verso que, de entrada, acusa una conducta tan políticamente incorrecta, que de inmediato atrae la atención de cualquiera. Yo te enseñé a fumar / eras una niña / y yo ya era mayor de edad, confiesa el personaje, que se acompaña de la magnífica voz de Carla, que recorre con facilidad tres octavas, de una forma tan tersa, que ni se nota.
Rivarola se pasea por su canción, dominando totalmente la rítmica de sus melodías. De pronto parece que la letra empuja a un desajuste poético y musical, para terminar la primera sección de la pieza, con un nítido remate, que desvela el tema de la canción: La culpa es eso / que desde chica / nunca supe manejar.
La letra habla pues, de esas malas pero indispensables influencias, que son nuestros amigos de juventud. ¿Qué sería de nosotros sin ellos? Benditos sean.
El paisaje de la pieza se va bordando de guitarras, que lo mismo insinúan un arpegio, que un simple pero exacto y hermoso dieciseisavo aislado, que parece haber venido desde el jazz a visitar una canción ajena.
Carla somete a su obra por sendos pasajes, en los que la guitarra nos recuerda a esos viejos acordes de paso en los boleros, pero también acude a procesos digitales para una ráfaga de voz robótica e instantánea.
Hay también un momento en el que el dramatismo hace languidecer los compases, solo para abrirle paso a un sucio y tibio solo de guitarra, en la mejor tradición rocanrolera, que me hace recordar a J. Mascis. Carla nos muestra en la introducción del solo, la forma de hacer uso de un gancho. Retoma la melodía de los versos, para construir la primera línea de la guitarra que satura cálidamente. Una jugada segura y hermosa.
Rivarola recrea en esta canción, la verdad infinita y universal, de que la completa belleza del cosmos puede muy bien experimentarse en las manos de una mujer. Y ellas por ahí paseando como si nada, como si no fuesen esos portentos mágicos.
¿Qué estará haciendo Carla ahora mismo? Ojalá sea música. Más música. La necesitamos tanto. Y por ello agradezco mucho la búsqueda de la canción perfecta que esta artista ejerce. No le digan que ya la consiguió, por favor.
Que la música triunfe.