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27/10/2024
A la edad de diez años, empecé a cultivar lo que se conoce como gusto musical. En esos años, los cassettes empezaban a popularizarse y los acetatos eran los reyes del panorama musical, apoyados por las ondas radiales que diseminaban la vida y obra de un puñado de músicos. Aunque tardé bastante en familiarizarme con la estructura instrumental de una banda, hubo un punto en el que identifiqué a la guitarra como el núcleo de la música que me gustaba, influenciado por mis primos mayores.
En la primera banda con la que toqué, mi instrumento era la armónica, un capricho de la era del blues que también conocía vía mi abuelo materno. Fumus se llamaba esa banda que formé con mis compañeros de la escuela. Éramos unos adolescentes tratando de expresar quién sabe qué a través de la música, y me di cuenta desde el principio que mi armónica tenía muy poco futuro en la banda. Pensé que tendría que aprender en serio otro instrumento si quería continuar tocando.
A esas alturas, yo ya traía la estocada de la música en el flanco y cerca del corazón. Dejé la escuela con el plan de estudiar música y elegí la guitarra como mi instrumento. No me imaginaba el inmenso océano que la humanidad ha construido alrededor de las seis cuerdas. Una avalancha cayó sobre mí muy lentamente, con sonoridades recogidas en un largo viaje que abarca centurias, para llegar a mi guitarra eléctrica, que, ya acompañada de múltiples artilugios electrónicos, suena totalmente diferente a las antiguas versiones de sí misma.
Estas líneas, escritas desde la nostalgia, han querido salir cada vez que me entero del fallecimiento de alguien a quien considero una influencia artística. Particularmente cuando el glorioso Eddie Van Halen partió, empecé a sentir esa pena de ver la marcha de las personas que antes que yo han lidiado con las seis cuerdas y han salido victoriosas. Con el reciente fallecimiento de John Mayall como pretexto, quiero dejar mi recomendación de escucha, sobre una era de la música que parece fenecer lenta pero consistentemente: la era de la guitarra eléctrica y el rock.
Como mencioné anteriormente, yo ya estaba relacionado con el viejo blues a través de la armónica, por lo que conocía bien la guitarra rasposa, aporreada y crispante de personajes como Robert Johnson, con su guitarra de palo acompañando su dulce plañir, o Muddy Waters, que me parecía infinitamente más pesado que el Heavy Metal de Judas Priest.
Luego destacan dos personajes que revitalizaron el viejo blues en diferentes momentos: uno es el propio y ya mencionado Mayall, que encarna al músico en la búsqueda del sonido, transformándose con el paso del tiempo en su propuesta, y Stevie Ray Vaughan, quien, al contrario, se establece en una torre para defender al gran patriarca con la guitarra al hombro.
Después de obviar a los más famosos Van Halen (mi Bach particular), Page, Gilmour, Vai y Santana, de quienes hay inmensos almanaques de su vida y obra, me detendré por un momento en Jimi Hendrix, quien desde mi punto de vista tiene dos virtudes monumentales. Me parece que fue el primero en tomarse más en serio el desarrollo de los efectos a disposición de los guitarristas. El cineasta Peter Neal logró la hazaña de reunir y procesar la biografía de Hendrix a partir de sus propios dichos aislados, sobre los diversos aspectos del artista musical. Hendrix mencionó en entrevistas cosas como, “Pero el secreto de mi sonido es, sobre todo, el genio electrónico de nuestro aburrido cerebrito, Roger ‘el Válvula’. Es un tipo que sabe mucho de electrónica, que trabaja para el gobierno y que, seguramente, perdería su trabajo si se supiera que trabaja con un grupo pop”.
Hendrix tiene algo más que aportar al hoy largo linaje de guitarristas del rock: su inflexible ímpetu para vivir de la música. Estando en el ejército, pasó todo el tiempo posible practicando y, cuando llegó a Nueva York, pasaba las frías noches en la calle, acompañado de su guitarra, evitando a toda costa trabajar en un empleo que no fuera la música. Hay pues, en Jimi, una vuelta de tuerca que modificó el panorama de la música para siempre.
Luego, sin duda, he de asomarme al virtuosismo pop de Mark Knopfler, dueño de una técnica envidiable y muy personal, ligado también al viejo blues, con un enfoque moderno y propositivo. Con el punk y sus derivaciones más poperas, la guitarra se vio en un nuevo terreno, en el que los efectos electrónicos cundían entre los músicos. Cosas como las que hicieron A Flock of Seagulls crearon un sisma con guitarras rítmicas llenas de reverberación y eco. Más o menos en esa época también apareció Johnny Marr con una guitarra melódica que entraba en controversia permanente con la línea de su cantante, el célebre Morrisey, en The Smiths.
Los guitarristas nos multiplicamos exponencialmente, como hoy ocurre con los DJs o los influencers. Muchos intentamos la maniobra imitando a Slash, Brian May o cualquier otra estrella. El rock se pulverizó en un millar de subgéneros, todos con guitarristas en el centro de su expresión. Surgieron guitarristas melódicos y otros agresivos. Algunos malabaristas y otros ruidosos. Ese viejo instrumento que vio su origen en la Europa medieval se reconvirtió en una nueva máquina musical gracias a las manos de una multitud de creadores, técnicos y productores musicales.
Hoy, viendo un sendero recorrido largo y rico en la historia de mi instrumento, me he interesado particularmente en artistas como The Ventures o Al Caiola, que en una línea menos bluesera crearon una tradición de la guitarra surf y son, en cierta forma, la base de los actuales solistas que hacen música no vocal, como Lari Basilio, Andy Timmons o el ya legendario Eric Johnson.
En mi trabajo actual, abrazo muy especialmente al no tan conocido J Mascis, quien originalmente tocó con Dinosaur Jr. Y que ha sabido destejer el oficio del guitarrista y el del laboratorista de audio, para entregar una gama expresiva, enriquecida con sonidos estridentes y sencillos o complejas notas desde una acústica pop. Un guitarrista que resume en sus manos una tonelada de estilos y los reinterpreta en su visión descarnada y tierna al mismo tiempo.
Soy un guitarrista de Rock. Me gusta imaginar que quienes hoy estamos en los escenarios, tenemos aún a algunos pocos a quienes pasarles la estafeta, para que continúen desarrollando el instrumento, su técnica y sonoridad. Quizá la guitarra pierda protagonismo frente a la facilidad para producir música desde la computadora y eso no implica necesariamente una aniquilación. Un guitarrista como Mateus Asato, lleno de hermosos recursos técnicos, colabora constantemente con artistas pop de diversas nacionalidades. Es posible, como siempre lo ha sido, encontrar pequeños oasis para abrevar la tradición a la que pertenezco, en la que se refleja el corazón de los pueblos.
Al final, quiero invitarte a escuchar un poco de lo que me ha conmovido y, ¿por qué no?, invitarte también a tomar el riesgo de las seis cuerdas. La guitarra es un instrumento tan flexible que estoy seguro de que puedes encontrar en ella expresión, emoción, paz y orgullo.
Que la música triunfe.