Muy Punk, muy punk
Corridos y Rebeldía
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Corridos y Rebeldía
12/05/2024
Por Capitán Tolstói
Los periodistas de los medios musicales están constantemente en movimiento. La música, como forma de entretenimiento, se exhibe en todos los escaparates y atraviesa muchos de los momentos placenteros de nuestras vidas. Una industria sólida y poderosa ocupa los espacios más destacados para dar visibilidad y validez a sus proyectos, en los que se invierten fortunas en acciones de marketing, ya que estamos hablando de un producto: un intercambio de bienes que ocurre cuando escuchamos música en nuestro teléfono y que las discográficas impulsan en una vorágine competitiva, álgida y al mismo tiempo misteriosa.
¿Qué necesita un artista musical para ganarse el reconocimiento de las masas y, como consecuencia, obtener beneficios económicos? Mucho se dice que no existe una fórmula, y a veces me parece que quienes más lo dicen son aquellos que están en el centro de ese pandemónium que es la industria musical.
Esa fórmula, me consta, tiene como uno de sus ingredientes esenciales la comunicación. Un proyecto bien manejado en este aspecto tendrá la posibilidad de abrir más y mejores oportunidades para el o la artista en cuestión. Probablemente debido a todo lo antes mencionado, sufrimos una premura constante al escuchar y luego reflexionar, para finalmente escribir sobre la actualidad musical. En cierta forma, las condiciones actuales limitan nuestra capacidad crítica, lo que parece influir en nuestros juicios estéticos y sociales.
Si bien la música es una expresión abstracta que afecta nuestra sensibilidad en un lenguaje inexplicable, y por ello no podríamos hablar de música buena, mala o regular, existen otros elementos artísticos en los productos musicales que nos dan mayores pautas para recibir e interpretar el mensaje en el aire. Recientemente, en la sociedad mexicana, hay un debate sobre el apogeo de creadores en el género de corridos tumbados. Unos denostan esta expresión por encontrar una liga ofensiva con la vida narca, mientras que otros la defienden agregándole atributos que resuenan en un universo de rebeldía punk y orgullo nacional por su ascenso en los rankings internacionales.
Desde mi punto de vista, hay más en esta discusión que lo anteriormente mencionado. Algunas cosas no han sido tomadas en cuenta. Comienzo diciendo que estoy totalmente de acuerdo en que los artistas deben conservar su libertad creativa. Sin duda, el pulso de las sociedades también puede ser registrado a través de las letras de las canciones, mientras que el desarrollo tecnológico suele reflejarse en el sonido que disfrutamos en cada época musical. Por otro lado, creo que es importante tener en cuenta lo que ocurre con los propios artistas cuando se les cuestiona sobre las audiencias para quienes escriben. En el caso de los corridos tumbados, encontramos una situación interesante cuando Peso Pluma declara: "Si quisiera hacer música para niños, ya lo hubiera hecho, pero no es así. Mis canciones no son baladas infantiles, jamás lo serán. Si hay niños coreando mis canciones por irresponsabilidad de los padres, ellos son los que permiten que la música llegue a ellos". No podemos menos que pensar que el mismo artista reconoce elementos de riesgo en su lírica.
Sobre este tema, la controversia se amplía. La música sigue sin ser cuestionada, lo cual me parece bien. Insisto: no pienso que exista música buena, regular o mala. Sin embargo, el caso de la letra es muy distinto, ya que el mensaje en cada canción comienza a clarificarse. Se ha mencionado que la generación que crea este nuevo género musical atestigua el fenómeno criminal que todos padecemos y lo asimila, identificándose además con el discurso de la superación económica del pobre que de pronto asciende en las capas socioeconómicas, en una suerte de justificación que también llama al movimiento punk, atrayendo sus atributos hasta los corridos tumbados. A mí me parece que, concediendo el hecho de que la pobreza y la marginación existen, las letras de las canciones no tratan de superación, si es que podemos hablar de algo así. Más bien, leo una normalización de las dinámicas del capitalismo, en el que la meta es poseer materia sin importar el bienestar propio y menos el del prójimo. La violencia dominante se asoma en ambos lados del mostrador: me sabe a lo mismo si mi producto daña al consumidor y además someter y que otros me sometan es bueno porque voy a tener “cosas”, “una vida”, “diversión”, etcétera. No hay valentía ni aventura en la épica del género. Hay, como en otros lugares y épocas, sometimiento al rey, vasallaje, muerte.
¿Qué decir de los intentos de equiparar los corridos con el punk? Bueno, honestamente, hay de punk a punk. Ya lo decía La Polla Records, en su canción “Muy Punk”: “No me montéis la batallita de ver quién es más punky. Punky de postal, punk de escaparate”. Parece que hoy es muy común llamar punk a las cosas que, por momentos, logran salirse del statu quo. Así, han sido llamadas punk, hasta donde recuerdo, Juan Gabriel, las Nenis que venden cosas lindas en línea, las Señoras y otras tantas.
Cabe señalar que el punk como movimiento está emparentado con la filosofía anarquista. En este círculo ideológico, rechazar la autoridad y compartir horizontalmente son postulados básicos que además son contrarios a las escenas que con frecuencia nos presentan los tumbados: personajes serviles bajo la sombra del patrón y al mismo tiempo, sin misericordia frente al enemigo. Muy poco punk, ¿no?
Otro argumento utilizado en defensa de la narrativa propia del género es su inserción en la sociedad como un aparato cultural. Estoy de acuerdo, pero como antes, me parece que debemos prestar atención a los matices. Veamos: todo cabe en la Cultura y así, encontramos, por ejemplo, el lenguaje como un pilar estructural. Gracias a que logramos comunicarnos, no nos extinguimos durante la pandemia. Por otro lado, podría utilizar la tecnología disponible para grabar en vídeo a Malú, mi gata doméstica, y subirla a YouTube para pasar un buen rato disfrutando y compartiendo su peluda belleza. Esto último también es un elemento con el que puedo comunicar, crear o compartir identidad con otros. Sin embargo, la contribución a la sociedad está muy lejos de equipararse con otros elementos de la cultura.
El arte requiere libertad y también necesitamos nuestro pensamiento crítico para sobrevivir. Ambas cosas pueden ocurrir sin detrimento de la otra. No dejemos que el embrujo del ritmo nuble nuestra visión para normalizar discursos violentos.
Que la música triunfe.